Érase una vez...
...un perro.
Perry era un perro llorica. Siempre se quejaba por todo. Que si soy más raro que un perro verde, que dónde se ha visto un perro rosa, que si soy un perro hortera y yo no elegí serlo, que a quién se le ocurrió hacer un perro a cuadros con distintas tonalidades de rosa, que si su lengua verde no va a juego... En fin, un perro quejica. Se quejaba incluso de que tenía unos ladridos muy fuertes que ahuyentaban a las perritas cuando se acercaban, y los cachorros le temían.
Pobre Perry, el perro llorica.
Un día, el Grupo Anti Extraterrestres Perrunos, o GAEP, apareció por la perrera en la que le habían encerrado por escándalo público. Querían utilizarlo para salvar la Tierra.
Perry, dispuesto usar sus dotes asustadizas para salvar el planeta, con su piel a cuadros de diferentes rosas y su terrible lengua verde... viajó al espacio.
Allí conoció a una perra de cuadros de otra galaxia. Se enamoró y, por muy misterioso que pareciera, empezó a creer que resultaba que ahí se sentía más cómodo. Tal vez se trataba de que en realidad, Perry era un extraterrestre que había nacido en la Tierra por equivocación. Convenció a los perros raros extraterrestres que no lucharan contra la Tierra y, por fin, salvó el planeta.
Al mismo tiempo, se casó con la perra de la que se había enamorado, y tuvieron perritos de muchos colores. Y colorín, colorado, este colorido cuento se ha acabado.
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