Érase una vez...
una rana a la que le encantaba el invierno. Y te preguntarás: ¿por qué le iba a encantar el invierno a una rana? Pues bien, a esta rana le gustaba la nieve. Como bien sabes, las ranas son anfibios, es decir, seres con respiración branquial durante la fase larvaria y pulmonar durante la fase adulta (según Wikipedia). Y resulta que la nieve es agua y, al mismo tiempo, es sólida. Y por esto le gustaba tanto a nuestra rana, pues le servía como medio de supervivencia extrema.
Un invierno nevó como nunca. Y la rana salió de su charca, para no volver jamás. Observó cómo a su alrededor todo el suelo se había teñido del blanco de la nieve y comenzó a viajar, sin saber muy bien hacia dónde se dirigían sus ancas. Saltó, brincó, botó, retozó, respingó, rebotó y volvió a saltar y saltar hasta que... sintió que se había perdido.
"¿Dónde estará mi charca?", se preguntaba la rana. "¿Por qué he tenido que salir de ella?"
Pero su tristeza duró poco, pues de pronto se encontró con una gran masa blanca con ojos y hocico, a la que se acercó para preguntar:
-Disculpe, amable caballero, ¿podría usted decirme dónde nos encontramos?
-Desde luego, señorita -respondió el oso polar (que era esa gran masa blanca)-. Estamos en el Polo Norte.
-Ah, muchas gracias. -Calló un momento, pero de pronto continuó-. ¿Y no podría decirme cómo volver a España? Es que me he perdido.
El oso soltó una carcajada.
-¿Para qué quiere una joven dama como usted volver a España? ¡Fíjese lo bonito que es este paraje! ¿No le gustaría quedarse aquí, aunque sea solo por unos días? ¡Yo le enseñaré todo! ¡Seré su guía! Disfrute de su estancia en el Polo Norte, amiga, pues pocos saben hacerlo. ¿O acaso no le gusta la nieve?
-¡Me encanta la nieve! -croó nuestra rana.
-¡Entonces disfrútela! Por cierto, mi nombre es Oso.
-Yo soy Rana y es un placer conocerle.
Y así comenzó una especial y singular amistad.
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